En estas fechas en las que el
alumnado ha recogido sus calificaciones y algunos padres y madres –pocos- preguntan por los motivos del suspenso, es
cuando el profesorado exhibe sus mayores dotes de diagnóstico de las causas de
los malos resultados.
¡No estudia! Es verdad,
una parte del alumnado no hubiese suspendido con una mayor dosis de
estudio, pero, qué observaciones nos conducen a este diagnóstico. ¿Qué comportamientos
ha observado el profesorado que le conducen a esta afirmación? ¿Cuándo decimos
que un alumno o alumna ha estudiado y cuándo decimos que no lo ha hecho? ¿Cuándo
se ha detectado el inicio de este comportamiento, al final de curso, al principio?
Es necesario objetivar los comportamientos que conducen a este diagnóstico. No
puede ser que el diagnóstico dependa de la exclusiva interpretación de los
comportamientos del alumnado que hace cada docente. Y la decisión sobre qué
evidencias y en qué cuantía conducen a decir que un alumno no estudia, debe ser
acordada en cada centro docente, debe ser producto del acuerdo, no puede ser impuesta
por la administración educativa.
Otras cuestiones que suscita este
diagnóstico es conocer cuándo se han detectado este comportamiento, detectar su extensión a todas o solamente a
una de las materias de estudio y la puesta en marcha de acciones encaminadas a
modificar este comportamiento. Quedarse en el diagnóstico del problema de
aprendizaje sin poner en funcionamiento medidas para intentar solucionarlo
refleja escasa o dudosa profesionalidad. Y en el diseño y puesta en práctica de
éstas debe participar la familia, casi seguro.
La profesión docente se encarga
de poner en práctica procesos de enseñanza y de aprendizaje eficaces. Ocuparse
y preocuparse solamente del primero de ellos, responder exclusivamente de la enseñanza sin atender los problemas del aprendizaje -aunque en éstos últimos la
responsabilidad sea compartida- supone
abandonar una parte muy importante de la profesión. Pero pensar que en la
solución de los problemas de aprendizaje el docente es el único responsable
tampoco es acertado. Cuando se habla de la necesaria colaboración de escuela y familia, este es un ámbito en el
que es posible y necesaria.
Necesitamos objetivar el
diagnóstico de las causas de los problemas de aprendizaje, dotarnos de estrategias
para su tratamiento, evaluar su eficacia y rendir cuentas de todo el proceso a
la sociedad; en este caso a la madre o padre que nos pregunta por las causas
del suspenso.
¡Falta mucho a clase!. También es cierto, la falta
a clase puede conducir al suspenso, pero
al igual que decía anteriormente ¿cuántas ausencias ponen en riesgo los
resultados académicos, sean por el motivo que sean? Y cuando se sobrepasan ¿qué
acciones con razonable predicción de eficacia ponemos en marcha? Y en el diseño
y puesta en marcha de ellas, ¿qué parte de la responsabilidad recae sobre el docente,
el centro educativo, las familias y la sociedad en los casos de absentismo? Actualmente
el procedimiento diseñado por la administración educativa para combatir el absentismo
es totalmente burocrático y lento; y no funciona a partir de los 16 años. Con
la amenaza de llevar al fiscal la falta de atención al menor por parte de los padres
que consienten el absentismo, se ha cuasi judicializado el proceso, con actas,
citaciones fehacientes, etc. No se conocen datos del número de actuaciones de los diferentes órganos que en
este proceso intervienen: los tutores, los jefes de estudios, los directores,
los servicios sociales del ayuntamiento de la zona y la fiscalía de menores.
Pero este sistema es para el alumnado absentista, para el que falta a clase de
forma masiva, pero no sirve para aquel que decide asistir a unas clases, pero
no a otras, para el que se queda en los aseos hablando con otros compañeros
ante la falta de atracción de la clase de turno. Es necesario activar la exigencia
de responsabilidades por la ausencias a clase con mucha mayor presteza y que, además, sea
efectiva.
En algunos casos la ausencia es
consentida por el profesorado e incluso incentivada. Si dos alumnos están
permanentemente interrumpiendo las clases, cuestionando las decisiones del
docente y sometiendo a tiranteces las relaciones, y desaparecen del aula ¡mejor¡. El profesor no pasa lista y no registra las
ausencias y el alumnado esquiva las explicaciones de su ausencia ante los
padres. “Yo no voy a poner falta, ya sois
mayores para saber cumplir con vuestra obligación”, es la frase que suele
decirse en bachillerato ante la pregunta de un alumno sobre si se registrarán
las faltas o no.
Al igual que en anterior diagnóstico,
el absentismo como causa de las malas calificaciones necesitamos objetivarlo, dotarnos
de estrategias para su tratamiento, evaluar su eficacia y rendir cuentas de
todo el proceso a la sociedad; pero los padres, la administración y la sociedad
en su conjunto deben dar a los docentes herramientas para corregirlo, ágiles y
eficaces; no creo que se piense que un cambio en la metodología de enseñanza elimine
el problema.
No tiene base.
Este es otro de los motivos que suelen esgrimirse como causantes del fracaso,
incluso en 2º de Bachillerato, tras seis años de estancia del alumno o alumna
en el centro docente ¿..?. Siendo cierta la relación entre conocimientos
básicos y resultados en una materia, la
pregunta que debe hacerse es ¿desde cuándo se sabe y cuándo se ha comunicado al
alumno/a y a su familia?, ¿qué se ha hecho o puesto a disposición del alumno/a
para superar este déficit formativo?. Y aquí las responsabilidades son
compartidas por parte del alumno y de los docentes. Salvo que el alumno proceda
de otro centro distinto, la superación de una materia se supone que capacita
para seguir los estudios de la misma al año siguiente. No es aceptable que un
año se apruebe y al siguiente se detecten déficit formativos de base, algo está
fallando en algunos de los cursos.
Pero independientemente del necesario
análisis de estos casos (no es lo mismo que en un curso en el que hay 150
alumnos aparezcan 2 con déficit formativo previo, que aparezcan 30; en el
primer caso será difícil encontrar las causas, mientras que en el segundo son
datos preocupantes), lo importante son las acciones que se han diseñado y aplicado
para paliar esta situación. Y aquí han sido los padres los que, con sus
recursos económicos, han apoyado casi de forma exclusiva a su hijo, a través de
las clases particulares. Los profesores realizan el diagnóstico, se lo
comunican a los padres que acuden a preguntar sobre las causas del suspenso y,
a esperar que el alumno se recupere.
Los docentes no disponen de horas
para atender a los déficit formativos de su alumnado; la solución dada a través
de las propuestas de atención a la diversidad son más teóricas que prácticas, y
el alumno que por motivo alguno se retrasa y descuelga, debe alcanzar al grueso
de su clase por su cuenta. El docente tiene horas para el proceso de enseñanza,
pero no para el de resolución de los problemas de aprendizaje. En el debate del
currículo se presta atención a las horas de desarrollo de cada materia, no se
contemplan las de solución de los problemas de aprendizaje; éstos deben ser
resueltos en el aula en los mismos tiempos que se dedican a la enseñanza. Y esto
es un problema.
Es necesario, nuevamente,
objetivar el diagnóstico de “falta de base” en el seno de cada ciclo o
departamento y diseñar, aplicar y evaluar medidas que permitan corregir este
déficit y horas de dedicación para ello.
Y hay más causas del suspenso que,
en general, requieren de: establecimiento de indicadores, diseño de soluciones y evaluación de su
eficacia y, para ello también es necesario contemplar que problemas de
aprendizaje van a existir siempre, en unos centros más que en otros y que es necesario planificar
horas de dedicación de los docentes a la solución o atenuación de los mismos.
No hacerlo y seguir con unas tasas de idoneidad tan bajas y de repetición tan
altos, me parece que están relacionados en forma de causa-efecto.
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